En el tranquilo jardín donde no pasaba nunca nada, se iba muriendo sin un sobresalto el sapito que cada año venía a beber al estanque.
Pero nadie lo notó. Salvo el gorrión, que se acercó para consolarlo.
El sapito viejo le sonrió:
-No te preocupes, gorrión; nosotros no existimos- dijo mirando las ventanas del salón, donde jugaban los niños- no somos de su especie.
Pero nadie lo notó. Salvo el gorrión, que se acercó para consolarlo.
El sapito viejo le sonrió:
-No te preocupes, gorrión; nosotros no existimos- dijo mirando las ventanas del salón, donde jugaban los niños- no somos de su especie.
1 comentario:
Es verdad.
¡Qué duro, amiga, y qué real!
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