Es fácil decirle a otro “no llores” cuando uno está en la alegría. Lo difícil es sentarse a su lado mientras lo hace.
Sencillamente.
En mi vida, mastiqué todas las inservibles palabras de consuelo, como cristalitos de hielo. Luego me las comí y se me indigestaron, naturalmente.
Sin embargo, guardo manos tendidas como alas de gaviota llegando a puerto.