sábado, 25 de junio de 2011

Vallina. ( relato)

Estábamos en el jardín de las estatuas Paloma y yo. Paloma era dos o tres años más joven que yo, aunque yo, por las pintas, no tendría más de veinte.

Yo llevaba de la mano a Paloma y tiraba de ella. Claro, ella no se daba mucha cuenta de que yo la acababa de salvar de los hombres de las ventosas- aún llevaba una a la espalda- y que teníamos que salir de allí.

-Mira, Paloma- le dije- hay que salir de aquí.

-Pues corremos y nos vamos.

-Que te digo que no; si corremos todo el mundo se dará cuenta de que nos queremos ir; hay que ir hacia la salida pero como si estuviéramos dando un paseo, y no mirar a nadie a los ojos, porque nos los vamos a encontrar enseguidita y va a ser un lío.

-Y toda esta gente, ¿se quiere ir también?...

-Algunos sí, pero otros son espías de los hombres de las ventosas; así que tú, ponte a hablar del paisajito, o como si hubiéramos quedado con alguien, y no viniera.



Paloma me hizo caso, agarradita de mi mano y en un tono demasiado alto empezó a decir un montón de tonterías- a mi modo de ver- como que la hierba estaba realmente muy verdecita, que había que ver qué árboles tan grandes y tan gordos, y que era un pena no habernos encontrado con nuestros amigos, que se habrán perdido, ya verás, con lo grande que es esto.



Ay señor, yo tiraba de Paloma y veía que como siguiera hablando así de alto los de las ventosas iban a aparecer en un momento...



Las estatuas nos miraban, o a mí me lo parecía; pensé, es que detrás de cada una pueden estar ellos...

Ondulaba el sendero y se hacía intrincado; por aquí no era, pensé; este camino nos llevaría al bosque.



-A ver Paloma, ven por aquí, a la derecha...

No hemos visto a...

-Pues ahí le tienes...-dije con un suspiro de “ya lo estaba oliendo”.



El tipo de las Ventosas, como todos ellos era muy delgado, vestido de negro, y con una sonrisa siniestra que para qué os digo...

Agarró a Paloma y la quiso atraer a su espalda para pegarle la ventosa.

Le pegué un empujón, y la grité.



-¡Corre, Paloma!, hacia el camino de la cuesta, todo seguido...



Paloma echó a correr, mientras yo me desasía del espantajo.

Al final del camino la ví.

Se veía también una salida, o al menos luces, y se puso muy contenta...

-Ahora ya nos vamos...

Yo me callé.

Salimos fuera de los jardines.

Era un camino con acera a los dos lados, luces al final de él, y una especie de muro.

-Hay una parada de autobús.

-Sí, Paloma, pero ¿te has fijado?...no hay nadie esperando el autobús.



Era una trampa, claro, de los hombres de las ventosas. Yo sabía que no podíamos esperar ese autobús, porque nunca vendría, y que las luces eran las de entrada-por la otra parte- otra vez a los jardines.



Había además dos rocas, si te adentrabas un poco en el camino.

Pensé; con Paloma no iba a poder hacer lo que me proponía, pero sí si se lo explicaba y me hacía caso.

-Mira, Paloma, te tienes que quedar aquí, debajo de esa roca; no mirar a nadie, no responder a nadie que te pregunte, como si fueras sordita y mudita, y si ves a los espantajos echar a correr como si fueras Pedro Delgado en sus buenos tiempos de ciclista, pero...

-¿ Pero?...

-Tienes que correr como los cangrejos, o sea de espaldas a la carretera y siempre hacia abajo.

-Y ¿tú, dónde vas?...

-Yo tengo que encontrar la casa donde nos enciendan la luz verde para que estos espantajos se larguen de una vez...



Paloma abrió y cerró la boca como si oyera campanitas.



-¿La luz verde?...

-Ay, sí, Paloma, ya se que no te enteras, pero por dios y todos los santos, hazme caso.

-Lo que tú digas- y se fue a meter debajo de la roca.



Tiré por el camino, rodeando lo que sabía eran las casas trampa; todas encendidas las muy muy, pensé; pues no, que no me pilláis, capullos...



Descendiendo, hacia la izquierda, escuché como un tintineo...



Debe ser aquí...y ahora sí que corrí.



Era una casa grande, con un torreón que se caía de viejo y con una especie de buitre de hierro que fosforecía.

Sí, pensé mientras corría más, llegaba al portón, porque además ahora escuchaba a diez o doce hombres de las Ventosas por el camino, correr detrás de mí.



O sea que llegué más acelerada que una cantante de ópera en su debut.

Llamé a la aldaba, como si se hundiera el mundo.

Y abrió ella.

Ella era una mujer bajita, regordeta, vestida de rojo, y con un plumero en la mano.

-¿Qué quieres?...

-Que abras, que vienen, las ventosas, que tengo a Paloma escondida y que nos tienes que encender la luz verde...



Me atropellaba, claro, pero me entendió a la primera.

-Pasa...

Cerró y nos quedamos a oscuras.

Entonces vi al menos dieciséis pares de ojos fosforescentes que me miraban, y maullaban a la vez.

-¡Qué cantidad de gatos!...

-¿No te asustan?...

-Me encantan...

Dejaron de maullar.

Perdona, es la manera de saber si perteneces a las Ventosas, a ellos les asustan una barbaridad, es lo único que les hace irse.

-¿Cómo logras que maúllen a coro?...

-Hago como si les pisara la cola; doy una patadita en el suelo.

-¿ Como sí?...

-Eso luego te lo explico?...lo malo es que tengo la bombilla fundida y a ver cómo encendemos la luz verde...

Se alejó y regresó con una vela.

- Pues da la patadita...porque vienen al menos treinta...-le dije- asomándome por la especie de balconcito.

Me hizo caso, y mientras se alejaba otra vez, un maullido como un coro de náufragos a la vista de tierra se elevó en la noche.

Las ventosas retrocedieron prudentemente, mientras escuchaba a alguien correr por el camino.

-¡Es Paloma!...corre....

Ya lo creo, empujó a la de la luz verde, me empujó a mí, empujó a los gatos y se sentó de golpe sobre una silla medio rota, dándome de paso un pisotón más que regular.

Luego empezó a boquear y a querer explicarse.

-Cállate Paloma, luego nos lo cuentas, que esta mujer tiene que poner la luz verde y si no, veo maullando toda la noche a los gatos.

Tiritó un poco.

- ¿Le dan miedo?...

-Un poco, tiene pegada media ventosa todavía, de cuando salimos corriendo...

-Bueno- dijo desde una habitación que yo no veía- aquí hay una bombilla; en cuanto la encienda, se desvanecerá el jardín, el bosque y , por supuesto los hombres de las Ventosas, y estaremos en lo normal, una ciudad a pleno día, y una casa-la mía- normalita, con balcón a la calle.

La oímos enroscar la bombilla, y todo de pronto se iluminó de verde: inmediatamente pasó lo que dijo; estábamos en una especie de apartamento exterior, amueblado con mucho gusto, sin rastro de espantajos, sin gatos, de día, y Paloma en vez de ventosa tenía a sus pies los restos de una gamuza.

-Hay que tirarla-dijo Ella- y volvió sin la gamuza al momento.

Y en ese instante, yo ví las dos cosas:



Quiero decir, ví perfectamente el apartamento, a la mujer, sencilla, natural, sonriente, la luz de los ventanales, a Paloma sonriente....

Y el bosque, la noche, las ventosas esperando...



-Pero...

-Ya, tú sí lo ves, Alena, te pasa lo que a mí.

-Pero...

-Alena, esto es un sueño, yo y todo lo demás pertenecemos al mundo de los sueños, mi casa, las ventosas, el bosque, este apartamento, la luz del sol...sólo que nunca habías llegado a conocerme, siempre te quedabas en el jardín de las estatuas. Has tenido que ayudar a alguien-que tampoco existe, imagino que es una representación tuya, porque muchas veces quisiste que te ayudaran- para llegar aquí...ahora espero que puedas soñarme muchas veces, porque estaré esperándote; mis gatos y yo, para ayudarte en otras cosas...

¿Cómo te llamas?...

-Ponme nombre, lo sabes.

-¿Te llamas Vallina?...

-Tú lo has dicho.

-¿De dónde he sacado ese nombre?...

-Ah, eso, lo tendremos que ir averiguando cuando me vuelvas a soñar, pero ahora lo que tienes que hacer es despertarte...



Sí; me desperté esta mañana, y me quedé con ganas de narrar este sueño que he tenido; no sé si Vallina existe, pero seguro que la vuelvo a ver; a ella y sus gatos.