sábado, 31 de octubre de 2009

Reconocimiento

La memoria de ayer...
Bendita memoria
aquellas estrellas
serán solo mías.

La historia de antes
los cielos azules
tantos jardines
para recorrer.

La vida sencilla
los abrazos de la tarde
y tantos paisajes
para compartir.

Mis pasos tan breves
se iban haciendo
cada vez más anchos
gracias al amor.

Subí farallones
bajé por barrancos
ascendí laderas
conocí el dolor;
y mientras caminaba
por pasos extraños
con la vida a cuestas
y el coraje de seguir,
todos ellos estaban
esperando mi sueño
junto a mí en la ladera
y los veía sonreír.

Ahora vislumbro
sus rostros lejanos
como una mirada
infinita de paz.

Me acunan sus gestos
me acurruca su recuerdo
me duermo en su faz.

jueves, 29 de octubre de 2009

Mensaje Recibido

Le sonreiría la mirada iluminando la mañana.

Espejo donde reflejarme en alegría.

Por el alto cielo y hacia el páramo envío mis noticias,
Esperando ver entre los árboles el eco llegando a ella.

...Y al mirar por la ventana abierta – tarde de otoño en sol-
El viento me acaricia como un asentimiento cercano.

miércoles, 21 de octubre de 2009

El Secreto de la Abuela

Mujer, si la casa estuviera embrujada, Don Nicasiano Alnafar Bondeán no se hubiera quedado allí con sus cuatro hijos, su mujer, su suegra, su gato Leto, sus dos perros y su ama de llaves, que entonces todavía existían amas de llaves...
Eso me dijo mi abuela, mirándome sonriente, mientras seguía haciendo bolillos, y yo me tomaba el chocolate con galletas, aquella tarde de invierno.
Mi abuela era una mujer alta, delgadísima, con gafas, vestida de negro y con una sonrisa habitual y generosa.
Pero ella estaba convencida de que la casa de don Nicasiano no estaba embrujada. Y era una lástima. Porque a mí me divertía muchísimo pensar que sí lo estaba, e ir a la atardecida a merodear cerca del jardín enrejado, y pensar que los ruidos que salían de allí los hacían los fantasmas. Claro, ahora serían los fantasmas de don Nicasiano y família, que se habían muerto hacía años, los pobres. Porque de los primeros fantasmas, por lo que decía mi abuela, no había quedado ni rastro.
Mira, bonita mía, don Nicasiano era un hombre muy divertido, al ama de
llaves la llamaba “mi distinguida abrochadora de levitas”, y a su mujer “doña
espérate un poco”, porque él era un impaciente para todo, y ella, una calmosa,
que siempre, a cualquier cosa que él proponía le contestaba “espérate un
poco”. Sus hijos, cuatro, como te dije, crecieron en la casa que dices, se
divirtieron muchísimo, porque era enorme, y se les veía en el jardín alborotando
a las horas mas extrañas del mundo. Una noche, sacaron las máscaras, e

hicieron una fiesta de disfraces, que duró hasta las tres de la mañana y fue muchísima gente.
Y entonces fue cuando vieron a los fantasmas...
Dale con los fantasmas...no vieron a nadie, se lo pasaron muy bien, invitaron a mucha gente, y ya está.
A mi me dijo el tio Ángel que vieron a los fantasmas. Que cuando estaban a mitad de la fiesta, oyeron cadenas arrastrarse, que luego vieron tres sombras, de una mujer, de un hombre y de un niño pequeño, que don Nicasiano se quedó pálido, y que su mujer se desmayó. Y que por eso se fueron de la casa a los seis meses.
Mira, nena, se fueron a los seis meses, pero no por eso...porque al año y medio volvieron y se quedaron hasta que se fueron muriendo, los pobres. Bueno, sus hijos no, digo que no se fueron muriendo, el mayor se casó y se fue a Córdoba, la menor se quedó en Madrid, e hizo enfermería, que era una de las cosas que entonces podían hacer las mujeres, y los otros dos entraron en el ejército. Y don Nicasiano y su mujer, vivieron siempre en su casita, tan ricamente.
Y ¿por qué se fueron seis meses?...
La abuela no me contestó. Pero sabía que encontraríamos la respuesta.
De pequeños nos pasábamos el día alrededor de la casa. No podíamos
entrar, pero sí mirar por la verja. Mi hermano Chon repetía con voz de
ultratumba que los espíritus eran seres con cadenas porque se habían portado

mal, mi hermana Angelines decía que no, que estaban allí porque les gustaba su casa. Yo, miraba el jardín y pensaba que si viera a algún espíritu de esos, saldría corriendo, y a la vez, me daba pena que no apareciesen de verdad.
El penúltimo verano que fuímos por allí, las verjas no existían. El jardín estaba abierto. Nos dijeron que iban a hacer obra y que llegarían nuevos inquilinos.
Cinco días antes de irnos, entramos . Yo de la mano de Chon. Angelines
dando saltos, corriendo y alborotando
Había una fuente, sin agua, claro, un pozo y árboles antes de la entrada de la Casa. En ella una puerta rojiza terrosa, podrida y sin pomo. Empujamos y abrimos. Una sala enorme llena de espejos nos reflejó entre polvo y telarañas. Un sofa, roto, al final, un aparador del tiempo de nuestra abuela, y una mesa rectangular completaban el cuadro. Al fondo, pasillos desde los que se veían varias puertas cerradas.
Angelines se puso a bailar por la sala. Chon y yo nos quedamos mirando. Me daba una pena enorme aquello. Parecía como si la casa estuviera esperando a alguien. El aparador guardaba loza, en parte descascarillada, pero encontramos dos tazas de plata y un salero con iniciales : A.C.G.
Chon cogió el salero y me lo dio. “Para ti”, me dijo, sonriendo.
Yo guardé el salero en un bolsillo.
Angelines había desaparecido en una de las habitaciones, desde la que nos llamó con voz extraña.

Al entrar vimos una alcoba, no muy grande, con dos camas. En el cuarto, había un osito de peluche lleno de polvo, un estuche de manicura y una muñeca pepona desnuda.. Un perchero, una jofaina, y un cardador para el pelo.
Angelines cogió el estuche de manicura. Chon se sentó en una de las camas, que crujió peligrosamente. Yo me quedé en la puerta, mirando. Era la habitación de los niños.
Entonces oimos ruido procedente del jardín. Algún vecino nos debía haber pillado y estaba llamando con indignada voz a nuestra abuela.
Salimos corriendo. La abuela en medio del jardín nos miraba sonriente al lado del “quitajuegos”. O sea, el vecino más antipático del barrio. En cuanto nos veía se iba detrás para chivarse de todo lo que hacíamos.
Hala para casita niños.
Abuela en la casa hay...
En la casa no hay nada,niña, muebles viejos y telarañas.

La abuela me guiñó el ojo y me callé.
Cuando llegamos a la nuestra, a nuestra propia casa, la abuela nos sentó a su alrededor.
Bueno, bueno...ya está, lo descubrísteis...pues sí...la casa la abandonaron precipitadamente, y no, no volvieron más. Y por una cosa muy tonta, muy ridícula, muy estúpida. Les acusaron de ser brujos.


¿Eran brujos?...
Claro que no, niña. Eran originales, extraños, divertidos, daban fiestas, eso sí, hacían sesiones espiritistas, en las que no sacaban nada en limpio,claro, pero movían objetos, y cosas así, y en los tiempos que corrían aquello era muy mal visto. La noche de la fiesta de que habla todo el mundo, un vecino les denunció, dijo que estaban haciendo ritos diabólicos: otro vecino amigo se enteró y se lo dijo, salieron con lo puesto y se marcharon. No volvieron más.
Y ¿desde entonces la casa ha estado así?...
Sí. Cerrada y callada, guardada para ellos, como si les esperara...

La abuela suspiró.
Y ¿Tú como sabes todo eso abuela?.

La abuela me miró con una sonrisa triste.
Porque fui yo quien les avisé para que se marcharan, niña.

Nunca dijimos a nadie lo que habíamos visto. Cinco días después volvíamos a la ciudad. Al año siguiente, al volver, había un edifício de tres plantas, que integraba la nueva serie de apartamentos en construcción en el pueblo. Aunque yo conservé hasta hoy el salero de plata que me dio mi hermano Chon.


martes, 20 de octubre de 2009

Las Líneas Azules del Sofa.

Había sido una tarde de bochorno y viento caliente metiéndose por las ventanas semientornadas, de agua bebida cada media hora, de calima y de desidia.

Lentísima.

El dolor de cabeza le llevó al sofá. Antes, encendió el ventilador, y con el zumbido monocorde consiguió adormecerse; ojos semicerrados.

Veía en la penumbra, apenas matizada por el reflejo del sol en las cortinas, reflejo que no conseguía traspasarlas, y que solamente daba como un hálito blanquinoso a los dibujos florales, las rayas azules del sofá.

Incrustada en una ceja, la punta del almohadón dejaba que apoyara su cabeza como un náufrago asido a madero. Se dejaba ir por los recovecos de aquella vigilia entreverada de imágenes que aparecían y se iban en desordenado dibujo; casi mosaico de figuras y pensamientos; sin embargo, lejos de estorbarle, parecían acompañar la sensación de dejarse llevar, de fuga, al menos hasta que aquel dolor estúpido empezara a mitigarse con la semioscuridad, el soniquete del aire y los hilos azules del sofá.

Había sido idea de María; le vino la imagen de ella sonriendo cuando lo trasladaron a la casa. “Un sofá para que te eches la siesta tan ricamente”.

Las líneas fluctuaban en un ir y venir hacia el sueño. Como un oleaje tranquilo; el azul es relajante, oyó siempre decir, para él, el azul siempre sería la luz de la playa: le gustó pensar que siempre que durmiera allí sería como hacerlo en la arena acompañado de las olas.

Las líneas eran, más que eso, manchas de color de mayor o menor densidad que delimitaban- para él- aquella playa nueva que encontraba cada tarde en casa. Las más oscuras eran el océano sin límites; allí donde perderse en el silencio de la tarde solo rodeado por gaviotas, sin que ningún sonido, salvo el eco de las alas, atemperase el tiempo, marcándolo.

Había otras, menos pronunciadas, señalizadoras de costas, acantilados, refugios para solitarios, signos donde aferrarse con las manos, que permitían llegar a buen puerto, permanecer a salvo.

Algunas, simples, leves extractos de color, como si al estampador le hubiera bien parecido salpicar ciertas esquinas, recordaban faros para las noches de niebla. Cuando las miraba se encendían luces, como guías.

Y, más tarde, estaban las otras. Sí. Las últimas líneas azules del sofá. Las que parecían continuarlo, extenderlo más allá de la simple estructura de mueble sencillo y discreto que a la postre era.

Las últimas líneas del sofá prolongaban con el azul el sentido de la medida. Esparcían el horizonte del color, parecían entremezclarse con la pared en la que se apoyaba, descendían ondulando hasta el suelo, se alzaban hacia los altos techos, se escapaban por la ventana, bullían en rumor contenido, hasta que todo: la tarde, el sonido del ventilador el hilo del sol en la semipenumbra, su cuerpo encogido en postura casi fetal, devenía en una línea azul infinita, inabarcable, indefinible, que lo envolvía y se lo iba llevando, llevando, como sin prisa, despacio, insistentemente, hacia el agua, hacia alta mar; espiral ya solo de luz, solo azul-pensó- mientras se adentraba en ella, tranquilo y confiado, más allá del sueño.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Lluvia



Desciende esta lluvia, ya otoño convertido en laguna, ya ráfaga sin excusa,
Bajo estas calles de silencio, estas ventanas como poemas desconocidos,
Estas miradas al trasluz de las cortinas, fugacidad de la mirada.

Desciende, se abre, abarca, inunda las manos en ofertorio pagano.
Mirad la ciudad; rota de agua tal cántaro abierto en jardín,
Pasto solo de la tormenta que es su victoria.


Desciende la lluvia en un octubre ensimismado, indeciso, incrédulo:
Quiere la luz aún alzarse a contrapelo, gritar su imperio;
Pero no; enlluviadamente a salvo de voces, escandalera sin fruto,
Llueve como si un pájaro gris estuviera diciendo adiós al verano,
Y el eco es un reverbero en un piano triste.











Una Imagen pide palabras














Pues eso. Os propongo que le pongáis palabras a este dibujo.
En la buena fe de las palabras a las que me refiero, naturalmente.

lunes, 5 de octubre de 2009

Sorpresa.

En el espacio vacío donde residen las ausencias no se encuentra nada.
O eso pensaba hasta que entró en él, por los caminos del sueño, y los vio a todos.
Y entonces sucedió:
No supo qué decirles...

domingo, 4 de octubre de 2009

La Veladora

Se está durmiendo la luna en un abaniqueo del viento. Ya es octubre. Ya estarán los caminos amarillos, ya se verá la sierra de ocre y oro. Ya la espadaña empezará su labor de cuidar al pueblo por las noches; cuando sople el Norte y se resuelvan en bruma las indecisiones de la luz.
En la ciudad, las farolas cobijan a las ventanas iluminadas que guardan las vidas pequeñitas de cada uno de nosotros.
Mientras, la luna, vela el sueño; abandonadamente silenciosa, como una madre cuidadosa que nos arropara sin que nos demos cuenta.