miércoles, 7 de julio de 2010

Sol











En esas plazas pequeñas, recoletas, que en el verano están vacías, se cobijan todos los viejos del mundo en los soportales.
Como si el último lugar donde fueran acogidos fuese ese recinto exento.
Sentados en los bancos, a la sombra, cubiertos con la boina, el gorrito, o a veces hasta un papel de periódico artesanamente torneado. Supervivientes de un mundo que ya no existe, en el que las plazas, tanto en verano, como en invierno, servían para charlar, para eso que se llamaba hacer tertulia.
Ni calle, ni tertulia, ni plaza.
Están solos mientras la tarde se encabalga en un rojo furioso de estío en fuego. Y su soledad solo tiene la compañía de quien mira por la ventana y acierta a darse cuenta de que existen.