sábado, 16 de octubre de 2010

Entre los Dedos.

No se sabe, no, no se sabe dónde están los días que se pierden, que perdimos. Los vamos buscando entre hilachas, jirones de tiempo, neblinas que nos cercan, y no encontramos aquél minuto, aquellas horas, aquél aroma o sonido. Como si vivir fuese ir olvidando, enterrar cosas, o simplemente deshacer las formas de aquello que alguna vez también fuimos nosotros.
Buscamos en las mañanas grises, miramos el cielo, las nubes, la calle, esperando algo, no se sabe bien qué, recordando de forma difusa, vagamente, trocitos de vida que hoy quizá nos parece ajena pero que fue nuestra. Tan nuestra como la de ahora, y que entonces era tan real como la de hoy.
Pedacitos de gelatina que se escurre. Se nos va entre los dedos, y solo recogemos gotas, gotitas pequeñas y leves, un eco, un murmullo, tan velado que ni siquiera podríamos decir con certeza que era eso lo que buscábamos.
De vez en cuando, solo de vez en cuando, lejos, más allá de los cristales, más allá de la calle, entre tejadillos bronce y un sol desvaído, es cuando aparece como un matiz, como una sombra, la huella; la huella brevísima y vaga de lo que en alguna ocasión también fuimos nosotros.
Y entonces...
Entonces nos quedamos quietos, indecisos, temblorosos o desconcertados, o asustados, o conmovidos, alargamos las manos, queremos abrazar esas motas tal polvillo de plata, ni siquiera oro, o quizás oro envejecido. Y vemos, notamos, percibimos, cómo se licuan entre las hojas muertas del otoño.