La piel de siglos ya conoce los signos...
Las grietas, rozaduras, rasguños apenas.
Apenas visibles, imperceptibles...
Ni siquiera duelen, se inventa la excusa...
Y en el jardín recoleto, olvidado, dormido
Llueve sobre mojado.
Hasta que una noche sin viento
Se advierte latiendo la cicatriz.
Y se anegan las dulcísimas hojas de la hiedra.