viernes, 8 de abril de 2011

Miradas

Con los años, autoconvencido de que sin él yo no soy nada, ladra a cualquier perro que alce los ojos hacia la ventana.


De no ser querido a imprescindible el cielo perruno habita en sus ojos cuando menea el rabo junto a los cristales y gruñe bajito: luego me mira: “¿a que lo he hecho bien?”.

Cuando le digo que sí, se tumba y dormita en jardines del aire.