viernes, 18 de diciembre de 2009

NOVATO EN MORIRSE. CAPÍTULO II.

Bueno, pues te ha salido muy poco original, que quieres que te diga.
Tampoco quería eso, simplemente me esta divirtiendo.
O sea, que se muere, y llega su abuela y ahora vas a contarnos todo lo que le pasa y sus aventuras de tontaina en el más allá.
¿Qué contarías tú?...


La niebla espesa cubre las ramas, y por eso, en el entierro de Gonzalo las gentes, los deudos, que asisten, están como encogidos. Hace frío, piensan, mientras miran ese ataúd uniforme, estrecho y largo, Gonzalo era bastante alto, que, poco a poco desciende de modo insensible al viento, a los tres grados de temperatura, a los balanceos por no medir exactamente, cuidadosamente, la forma de bajada.
Cuerdas gruesas para un cadáver más, estadística.
La ciudad está llena de miles de muertos a quienes otros llevan flores cada aniversario. Anónimos salvo para ellos. Ignorantes del cielo helado, de la bruma, de los pies helados de quienes acompañan.
Ciudad silenciosa a salvo del presente. Y del pasado. Ciudad sin futuro que la habite.
Y no crecerán sus ojos ni sus labios con la alegría del mañana, ni nacerán sueños, ni el dolor se acoplará a su estómago en angustia cuando uno de sus deudos enferme, o se arruine, o simplemente, como él, se muera.
La vida definitivamente ya, es de los otros.
Esos otros que ahora convierten en ritual el eterno retornar de siglos de la ausencia. Y lloran, se besan unos a otros, se acompañan en el sentimiento; hechos por unas horas comunidad y maridaje en torno a la tristeza, para mañana, dentro de quince días, dentro de tres meses, al cabo de los años según los casos, ir olvidando el gesto, la cara, la sonrisa, la voz, el detalle de los labios comentando, diciendo, expresando, algo común, como una frase, un buenos días, qué frío, un yo quiero la caña corta, por ejemplo, el trazo leve de un dibujo en el aire al pasar que es, una persona viva. Y así, un día, sin saber cómo, sin darse cuenta, sin apenas querer, encontrarse diciendo a otro ¿y cuantos años hace ya de Gonzalo?...y dudar si son cuatro, o cinco, no, fue el año de la gripe, ah sí, que el verano siguiente nos enteramos de que su mujer se volvía a casar, o no, ah sí, que su mujer al otoño siguiente se marchó a vivir fuera, es cierto, y ¿cómo era Gonzalo?, la pregunta de algún amigo joven de la familia, y el pequeño dice pues es que yo era tan pequeño...era muy guapo, eso sí me acuerdo, y que me llevaba al parque, pero yo tenía cinco años, mi hermana sí que se acordaba muy bien, que la pilló con trece...le llevó flores incluso después de casarse con tu tío Miguel Ángel e irse a Venezuela, que dejó el encargo hecho. Y ¿teníais un tío, no, Santiago?...ah sí, el músico, vino al entierro y se hizo cargo de todo, creo, pero vamos yo a ese ni le traté, estaba siempre fuera, y se mató quince años después en una cosa de un avión, creo. De mi padre había fotos, pero cuando yo me fui para casarme se quedaron en casa de mi madre, y yo no me traje ninguna, la verdad...nunca he sido de ritos y así, y aparte, es que casi no me acuerdo del pobre...Mi madre no era de las pesadas que nos diera la matraca, ni se hablaba mucho de él, solo, ya te digo, mi hermana, Cristina.

Y así la niebla, envolviendo como hoy el cementerio, los nichos, el ataúd, las cuerdas que bajan el cuerpo de Gonzalo, cuando aún Santiago no se ha subido a ningún avión que lo lleve hacia su muerte, ni Cristina conoce a nadie llamado Miguel Ángel, ni tiene mucha idea de dónde está Venezuela, ni este niño de cinco años sabe muy bien porqué lloran todos y dónde está su papá que prometió llevarle esta tarde al parque, envuelve los días, las semanas, los meses, los años, hasta que Gonzalo, el recuerdo de Gonzalo, es un recuerdo brumoso, apenas una silueta desdibujada, una levedad de una voz escuchada en lo lejano, una sensación de haber sido, alguna vez, antes, hace mucho tiempo....mientras esta ciudad silenciosa lo arropa en el silencio, olvidado ya de las flores que alguien le llevaba.

1 comentario:

Amando Carabias dijo...

Parece que la ironía del primer capítulo se esfuminó entre la niebla, como si el frío se la hubiera cargado, o coomo si se hubiera dado cuenta que necesitaba abrigarse con la trenca de la nostalgia.
Otro registro, pero la misma belleza, ese decir adensado y veloz que en cuatro pinceladas nos hace el boceto de una historia familiar, como el paisaje de fondo, que nos acompañará, supongo durante el resto de la historia: el tío músico, la niña de los trece años, aquel que se fue a Venezuela...
Y una pregunta que más bien me hago, ¿por qué siempre en un cementerio hace tanto frío...? Recuerdo que uno de los días que más frío pasé fue en un entierro en un pueblo. El padre de un amigo. Estábamos en julio.