miércoles, 21 de octubre de 2009

El Secreto de la Abuela

Mujer, si la casa estuviera embrujada, Don Nicasiano Alnafar Bondeán no se hubiera quedado allí con sus cuatro hijos, su mujer, su suegra, su gato Leto, sus dos perros y su ama de llaves, que entonces todavía existían amas de llaves...
Eso me dijo mi abuela, mirándome sonriente, mientras seguía haciendo bolillos, y yo me tomaba el chocolate con galletas, aquella tarde de invierno.
Mi abuela era una mujer alta, delgadísima, con gafas, vestida de negro y con una sonrisa habitual y generosa.
Pero ella estaba convencida de que la casa de don Nicasiano no estaba embrujada. Y era una lástima. Porque a mí me divertía muchísimo pensar que sí lo estaba, e ir a la atardecida a merodear cerca del jardín enrejado, y pensar que los ruidos que salían de allí los hacían los fantasmas. Claro, ahora serían los fantasmas de don Nicasiano y família, que se habían muerto hacía años, los pobres. Porque de los primeros fantasmas, por lo que decía mi abuela, no había quedado ni rastro.
Mira, bonita mía, don Nicasiano era un hombre muy divertido, al ama de
llaves la llamaba “mi distinguida abrochadora de levitas”, y a su mujer “doña
espérate un poco”, porque él era un impaciente para todo, y ella, una calmosa,
que siempre, a cualquier cosa que él proponía le contestaba “espérate un
poco”. Sus hijos, cuatro, como te dije, crecieron en la casa que dices, se
divirtieron muchísimo, porque era enorme, y se les veía en el jardín alborotando
a las horas mas extrañas del mundo. Una noche, sacaron las máscaras, e

hicieron una fiesta de disfraces, que duró hasta las tres de la mañana y fue muchísima gente.
Y entonces fue cuando vieron a los fantasmas...
Dale con los fantasmas...no vieron a nadie, se lo pasaron muy bien, invitaron a mucha gente, y ya está.
A mi me dijo el tio Ángel que vieron a los fantasmas. Que cuando estaban a mitad de la fiesta, oyeron cadenas arrastrarse, que luego vieron tres sombras, de una mujer, de un hombre y de un niño pequeño, que don Nicasiano se quedó pálido, y que su mujer se desmayó. Y que por eso se fueron de la casa a los seis meses.
Mira, nena, se fueron a los seis meses, pero no por eso...porque al año y medio volvieron y se quedaron hasta que se fueron muriendo, los pobres. Bueno, sus hijos no, digo que no se fueron muriendo, el mayor se casó y se fue a Córdoba, la menor se quedó en Madrid, e hizo enfermería, que era una de las cosas que entonces podían hacer las mujeres, y los otros dos entraron en el ejército. Y don Nicasiano y su mujer, vivieron siempre en su casita, tan ricamente.
Y ¿por qué se fueron seis meses?...
La abuela no me contestó. Pero sabía que encontraríamos la respuesta.
De pequeños nos pasábamos el día alrededor de la casa. No podíamos
entrar, pero sí mirar por la verja. Mi hermano Chon repetía con voz de
ultratumba que los espíritus eran seres con cadenas porque se habían portado

mal, mi hermana Angelines decía que no, que estaban allí porque les gustaba su casa. Yo, miraba el jardín y pensaba que si viera a algún espíritu de esos, saldría corriendo, y a la vez, me daba pena que no apareciesen de verdad.
El penúltimo verano que fuímos por allí, las verjas no existían. El jardín estaba abierto. Nos dijeron que iban a hacer obra y que llegarían nuevos inquilinos.
Cinco días antes de irnos, entramos . Yo de la mano de Chon. Angelines
dando saltos, corriendo y alborotando
Había una fuente, sin agua, claro, un pozo y árboles antes de la entrada de la Casa. En ella una puerta rojiza terrosa, podrida y sin pomo. Empujamos y abrimos. Una sala enorme llena de espejos nos reflejó entre polvo y telarañas. Un sofa, roto, al final, un aparador del tiempo de nuestra abuela, y una mesa rectangular completaban el cuadro. Al fondo, pasillos desde los que se veían varias puertas cerradas.
Angelines se puso a bailar por la sala. Chon y yo nos quedamos mirando. Me daba una pena enorme aquello. Parecía como si la casa estuviera esperando a alguien. El aparador guardaba loza, en parte descascarillada, pero encontramos dos tazas de plata y un salero con iniciales : A.C.G.
Chon cogió el salero y me lo dio. “Para ti”, me dijo, sonriendo.
Yo guardé el salero en un bolsillo.
Angelines había desaparecido en una de las habitaciones, desde la que nos llamó con voz extraña.

Al entrar vimos una alcoba, no muy grande, con dos camas. En el cuarto, había un osito de peluche lleno de polvo, un estuche de manicura y una muñeca pepona desnuda.. Un perchero, una jofaina, y un cardador para el pelo.
Angelines cogió el estuche de manicura. Chon se sentó en una de las camas, que crujió peligrosamente. Yo me quedé en la puerta, mirando. Era la habitación de los niños.
Entonces oimos ruido procedente del jardín. Algún vecino nos debía haber pillado y estaba llamando con indignada voz a nuestra abuela.
Salimos corriendo. La abuela en medio del jardín nos miraba sonriente al lado del “quitajuegos”. O sea, el vecino más antipático del barrio. En cuanto nos veía se iba detrás para chivarse de todo lo que hacíamos.
Hala para casita niños.
Abuela en la casa hay...
En la casa no hay nada,niña, muebles viejos y telarañas.

La abuela me guiñó el ojo y me callé.
Cuando llegamos a la nuestra, a nuestra propia casa, la abuela nos sentó a su alrededor.
Bueno, bueno...ya está, lo descubrísteis...pues sí...la casa la abandonaron precipitadamente, y no, no volvieron más. Y por una cosa muy tonta, muy ridícula, muy estúpida. Les acusaron de ser brujos.


¿Eran brujos?...
Claro que no, niña. Eran originales, extraños, divertidos, daban fiestas, eso sí, hacían sesiones espiritistas, en las que no sacaban nada en limpio,claro, pero movían objetos, y cosas así, y en los tiempos que corrían aquello era muy mal visto. La noche de la fiesta de que habla todo el mundo, un vecino les denunció, dijo que estaban haciendo ritos diabólicos: otro vecino amigo se enteró y se lo dijo, salieron con lo puesto y se marcharon. No volvieron más.
Y ¿desde entonces la casa ha estado así?...
Sí. Cerrada y callada, guardada para ellos, como si les esperara...

La abuela suspiró.
Y ¿Tú como sabes todo eso abuela?.

La abuela me miró con una sonrisa triste.
Porque fui yo quien les avisé para que se marcharan, niña.

Nunca dijimos a nadie lo que habíamos visto. Cinco días después volvíamos a la ciudad. Al año siguiente, al volver, había un edifício de tres plantas, que integraba la nueva serie de apartamentos en construcción en el pueblo. Aunque yo conservé hasta hoy el salero de plata que me dio mi hermano Chon.


1 comentario:

Amando Carabias dijo...

Me encantan los secretos. Y este me ha encantado, porque está muy, pero que muy bien contado, o a mí me lo ha parecido.
Llueve un poquito y eso ayuda a entrar mejor en la atmósfera del misterio, eso sí, aunque en este cuento que vuela no llueva.
Un beso.