Nunca tuve prisa para nada en el otoño largo
Se abrían las tardes en zureo violeta
Y las ventanas doraban el espejo aquel
Antiguo y ceniciento.
Cosía la máquina Singer, cadencia en mi menor,
A veces sonaba una puerta, el aire, como un recuerdo.
Una lamparita en mate cernía la silueta de unas manos,
Como si acariciara arrugas del tiempo con su luz.
Nunca tuve prisa para nada en el otoño largo;
¿Porqué tenerla ahora si el temblor de la tarde
Sigue siendo un pájaro que se derrama?...
Me sonríen las cosas y las sonrío, y en el espejo
Soy yo quien refleja las arrugas de mis manos.
jueves, 9 de septiembre de 2010
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4 comentarios:
Aquel negro y dorado sobre madera de la máquina Singer. Aquel sonido de pedal... aquellas manos, las de mi madre.
Es el tiempo del otoño, la melancolía se hace memoria.
Nos hacemos mayores, no cabe duda: recordamos sin parar los olores sonidos y juegos de la infancia con nuestros padres. Ojalá nustros hijos recuerden también los nuestros.
¡Qué bonito escribes, Alena!
Besos camino del otoño.
Sonreír al pasado, a las cosas, a las arrugas podría ser el secreto de un otoño (de la vida) feliz.
Aquí veo un cuadro de algún pintor flamenco, con la luz en los manos.
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