jueves, 9 de septiembre de 2010

Reflejos

Nunca tuve prisa para nada en el otoño largo
Se abrían las tardes en zureo violeta
Y las ventanas doraban el espejo aquel
Antiguo y ceniciento.

Cosía la máquina Singer, cadencia en mi menor,
A veces sonaba una puerta, el aire, como un recuerdo.

Una lamparita en mate cernía la silueta de unas manos,
Como si acariciara arrugas del tiempo con su luz.

Nunca tuve prisa para nada en el otoño largo;
¿Porqué tenerla ahora si el temblor de la tarde
Sigue siendo un pájaro que se derrama?...

Me sonríen las cosas y las sonrío, y en el espejo
Soy yo quien refleja las arrugas de mis manos.